Había una vez un hombre que no sabía lo que era la vida. Tenía la misión de conocerla y aprender cada uno de sus aspectos. Visitó una ciudad, para conocer a los hombres y mujeres que la habitaban. Descubrió la falta de educación de los conductores. Y la indiferencia. Vio el hambre personificada en un cuerpecito de cinco años y tres dientes. Y el odio en un asalto. Percibió el aroma del azufre y la humedad al caminar cerca de un incendio. Escuchó los gritos de una humanidad agonizante. Lloró. Y descubrió el sabor salado de la derrota.
Había una vez una mujer que componía música para cajitas. Tenía la misión encontrar la inspiración perfecta para su nueva melodía. Visitó una pintoresca ciudad, para buscar rincones y secretos asombrosos. Descubrió las hojas que caían de los árboles con suaves piruetas. Y el derroche de color de los balcones rebosantes de flores. Vio un torbellino de risas y sonrisas en una fiesta de cumpleaños. Y el sol reflejado en el río. Percibió el dulce aroma de los jazmines en flor al pasar cerca de un parque. Escuchó el trinar de un pájaro. Sonrió. Y sintió el aire llenar sus pulmones.
Había una vez un hombre, que se encontró con una mujer que sonreía. Y respiraba.
Había una vez una mujer, que descubrió a un hombre triste y abatido. Y que lloraba.
Había una vez una melodía de una cajita de música, que era perfecta, porque cantaba sobre el amor.
Había una vez.
Sundew Photography.
29 oct 2009
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