Cuando estamos aburridos, se deleita con nuestras miradas apesumbradas y suspiros fastidiados, y camina a paso de tortuga. Un minuto se transforma en un siglo. Sin embargo, cuando estamos contentos, entretenidos, disfrutando, el muy sinvergüenza juega carreras con el viento y corre a una velocidad inhumana. Aquel minuto se transforma en una milésima de segundo.
Nunca lo comprendemos y siempre andamos revisándolo, no vaya a ser cosa de que nos despistemos y haga de las suyas.
El tiempo es pícaro. El amigo de una amiga de una conocida que me prestó un libro donde ese amigo es un personaje, me contó que se peleó con el tiempo. Tuvieron una larga y acalorada discusión. El tiempo no cedió, y este amigo refunfuñó en todos los idiomas que conocía. Y, por supuesto, el tiempo se enojó y decidió no pasar por la casa de este amigo nunca más. Nunca jamás de vuelta. Y helo allí a este amigo. Para él son siempre las seis de la tarde y vive en una infinita fiesta de té, merendando una y otra, y otra vez el mismo té de frutos rojos y degustando siempre los mismos pasteles.
El tiempo juega con nosotros. Nos distrae, pero con cuidado de que no nos avivemos. Nos controla, pero con una sutileza propia a su estilo. Nos sofoca y casi siempre nos hace olvidar por qué lo necesitábamos en primer lugar. Un momento, ¿lo necesitábamos?
Y cuando nos dimos cuenta, el tiempo voló y solo nos preocupamos por él.
2 comentarios:
Quiero ese reloj!! Es genial!
Voy a ver si consigo uno que esté en blanco y le pinto los numeritos yo, a ver cómo queda jeje!
Jajaja!
¿Viste? Sí, yo también quiero uno, y creo que lo mejor será hacerlos nosotras :D
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