18 dic 2009

deux oiseaux.

Hicieron una estatua. De nosotros dos.
Las burbujas de jabón ahogaban el cielo de la plaza. Pero los niños reían. La gente decía que era nuestra culpa. Era contagioso.
Nuestras manos enlazadas bailaban al compás del viento. Berlín estaba hermosa esa tarde.
Las burbujas. Las risas.
Y el sol nos saludó, tal y como cualquier otro día. La brisa se transformó en graciosas ventiscas. Era contagioso.
Nuestro ojos buscaban. ¿Qué? Nada. Solo absorbían. Maravillas. Gente. Colores. Magia.
El mundo se había detenido. El sol se congeló iluminando nuestra estatua. El viento sostuvo, con temblores, las pequeñas burbujas que aún revoloteaban por allí. El verde del césped gritó con fuerzas. Era tan contagioso. La luz de tu sonrisa me cegó. Como tantas veces lo había hecho.
Y la vida me explicó la perfección. Imperfecta.






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