15 abr 2009

le temps ignore.

I've got this feeling, that there's something that I missed. Don't you breathe. Something happened that I never understood. You can't leave. Every second, dripping off my fingertips. Wage your war. Another soldier, says he's not afraid to die. Well I'm scared. I'm so scared. In slow motion, the blast is beautiful. Doors slam shut.


A clock is ticking, but it's hidden far away.


Safe and sound.












Marie Hochhaus Photography. Definitely the best.

13 abr 2009

la logique d'amour.

Estaba sentada, esperando. El sol parecía haber decidido aguantar un rato más en el horizonte, curioso del desenlace de nuestra conversación. La plaza vacía, considerando los diez grados que hacían y el extraño horario, nos esperaba también, paciente.

Un pato perdido chapoteaba en la orilla del lago, creando unas pequeñas ondas en la impoluta superficie cristalina. La suave brisa despertaba las ramas dormidas del los árboles, haciéndolas susurrar fastidiadas.

Y allí estábamos, los dos, sentados en un marmóleo banco, frente al lago -y al pato-, cada uno en un extremo.

- Eres imposible -

Pude escucharlo. El viento esta vez estaba de mi lado, y me había traído sus palabras susurradas. Con la vista aún fija en las ondas del lago repliqué.

- No, no lo soy -

Él hizo ademán de girar la cabeza para regalarme esa mirada incrédula que yo ya tantas veces había visto. Pero decidió que tal vez no era lo mejor.

- Entonces, ¿por qué te cuesta perdonarme?, ¿acaso no te explique bien y claro las causas de mis acciones?, ¿es que no fueron suficientes los ejemplos que te dí? -

Apreté la mandíbula. Ahí íbamos.

Todas esas palabras importantes, toda esa lógica, toda esa racionalidad. Dios. Cuánto deseaba poder hacerle entender que estábamos hablando de sentimientos, no de alguna aburrida estadística.

Cerré los ojos con fuerza y me permití respirar profundo, contando hasta tres antes de responder.

- Por favor, deja ya eso. -

- ¿Que deje qué? -

Lo miré de reojo para saber si me estaba mirando o si de nuevo seguía sumido en sus pensamientos. Bien, ni me registraba.

- Que dejes todos esos hechos y datos en los que te basas. Sabes que no eres un hombre de sentimientos, ¿verdad? - Repliqué, la exasperación evidente en mi voz.

Se limitó a encogerse de hombros.

El sol seguía allí, rígido, casi pendiente de nuestra charla.

Suspiré.

- Si que soy un hombre de sentimientos. Simplemente me gusta cuantificarlos y cualificarlos. -

Giré la cabeza tan bruscamente que temí haberme dañado algún músculo del cuello. ¿Había escuchado bien?, ¿lo estaba diciendo en serio?

Los árboles parecían tan alborotados como yo. El viento me despeinó un poco más.

- Bien. Entonces dime, ¿cómo se mide una sonrisa? ¿Cuántos días tarda uno en enamorarse? ¿Quién puede determinar el valor de un regalo hecho a mano? ¿Dónde puedes buscar a tu alma gemela? -

El silencio se hizo tangible. El sol emitió un último y débil rayo por sobre el horizonte. El viento dejó de molestar a los árboles. El pato había desaparecido.

Y sin más, me levanté y me fui.





















What does this word «love» mean? Love has been described as the greatest need humans have. From the cradle to the grave, people strive after love, thrive in its warmth, even pine away and die for lack of it. Nonetheless, it is surpassingly difficult to define. Of course, people talk a lot about love. There is an endless stream of books, songs and poems about it. The results do not always clarify the meaning of love. If anything, the word is so overused that its true meaning seems ever more elusive.
Vladimir Zivkovic Photography.

5 abr 2009

la solitude de l'étant.



"Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."






(G.G. Márquez, Cien años de soledad, p. 471)






Y será, tal vez para siempre, la mejor síntesis del todo, de nosotros, de la esencia del ser.










3 abr 2009

âme gelée.

Se había roto una sonrisa hacía años en esa misma calle. Aún se podían vislumbrar las lágrimas apisonadas en el pétreo asfalto, y oír los ecos perdidos de un sollozo lánguido.
Las nubes creaban un manto gris sobre la ciudad. Nadie sabía muy bien por qué hacía frío en una época como esta. Tal vez sus propios espíritus habían contagiado al caprichoso clima. Sí, probablemente eso sucedía. La brisa gélida recorría sinuosa los intrincados callejones y pasajes, besando los vidrios de las ventanas y escarchando los alientos. El sol, débil en su existencia, apenas si lograba asomarse para indicar que el día había comenzado. Y hacía tiempo que todos habían olvidado el suave calor de sus rayos al amanecer. Y sobre todo, hacía más tiempo todavía, que la gente había olvidado cómo era la ciudad sin ese manto blanco que lo cubría todo.
Blanca, fría, indiferente. Con escarcha y hielo en los rincones más olvidados. Casi se semejaba a los miles de corazones que en días como hoy recorren las veredas resbaladizas. Y estaba olvidada. Bastante olvidada. Incluso el tiempo había perdido todo interés en pasar por allí. Estaba congelada.









Melissa photography.

2 abr 2009

le cirque c'est très charmant.


- Buck and Wanda are damn good.
- Buck was more dashing than you. I mean, Buck drove a motorcycle.
- Wanda was funner than you.
- How?
- Well, she let me knock off a rubber nose from her face with a knife. You would never let me do that. You're way too rational.

31 mar 2009

j'y suis jamais allé.




- What's it like, Neverland?
- One day I'll take you there.





16 mar 2009

À quai.

Ya -de nuevo- se estaba haciendo tarde. Una vez más consultó su reloj. Cinco minutos tarde. De nuevo.
No sabía, nadie sabía, por qué el tren de las cinco y cincuenta y cinco siempre llegaba cinco minutos tarde -a veces se le sumaban otro cinco minutos a la tardanza-. Buscó el banco donde solía sentarse, para poder gastar esos minutos descansando. Levantó su portafolio del suelo de mármol y agarró su abrigo marrón. Caminó a paso rápido, esquivando a los perdidos transeúntes que aún no sabían que tren tomar. Cuando llegó, levantó la vista. Hoy su banco estaba ocupado.
Con la mirada perdida en el oscuro túnel del tren, una mujer esperaba suspirando. Sin prestarle demasiada atención se sentó lo más lejos de ella que pudo, poniendo entre ellos sus cosas -una suerte de muro, pensó-. El banco crujió un poco bajo su peso. Se sacó el sombrero y se pasó la mano por la cabeza -clara señal de exasperación-.
La mujer pareció darse cuenta de su presencia, porque torció la cabeza y lo miró profundamente. Parecía estar examinándolo. Se sintió un poco incómodo. Odiaba que la gente regalara de esa forma esa clase de miradas críticas y mal intencionadas. Carraspeó y se dio vuelta de forma tal que la mujer no pudiera mirarlo.
Discúlpeme, tal vez me esté equivocando, pero creo que lo conozco. -Ya le parecía a él que esta mujer solo tenía ganas de molestar- ¿Sí? Pues yo no creo conocerla de ningún lado. Ah, perdón, pero su cara me sonaba conocida. No señora, creo que no.
Recién en ese momento reparó en su acompañante de banco. Tenía el cabello muy corto y muy negro, y llevaba puesto un vestido naranja un tanto chillón. En la cabeza tenía una de esas boinas ridículas color rojo, y en los pies llevaba mocasines. Mal gusto, definitivamente.
¿De qué trabaja? ¿Discúlpeme? Preguntaba de qué trabaja, tal vez lo conozco de allí. No, no creo, yo soy contador. Ah, no, me confundí.
Pensó un segundo. Finalmente se decidió.
¿Por qué?, ¿usted de qué trabaja? Soy música. Ah, ¿música como los roqueros de ese cartel?
Señaló una inmensa y bizarra propaganda que estaba de la pared de enfrente. Ella sonrió.
No, yo compongo música para cajas de música. ¿Qué usted hace qué? Compongo la música de las cajas de música, ¿nunca tuvo una?
Él sacudió la cabeza. Su tía abuela había tenido una, que él se había encargado de romper en uno de sus improvisados partidos de fútbol dentro de su casa.
¿En serio? Sí, en serio.
Se miraron por primera vez a los ojos. El andén se sacudió un poco, y luego volvió a calmarse. Ella sonrió y él se dio cuenta de que tenía ojos celestes.
Mire, yo por aquí tengo una, es muy chiquita, pero creo que es de una de las mejores canciones que compuse.
Ella revolvió en su mochila fucsia hasta encontrar lo que buscaba. Le tendió la cajita. Él la observó. Era muy pequeña -calculaba que tan solo podrían caber tres dedales- y de madera oscura. La tapa estaba decorada con tres círculos que seguramente eran de plata.
¡Ábrala!
El andén se inundó de colores. Él cerró los ojos. Su pecho se hincho de alegría. Volvió a ver la vida y caminó de nuevo las cinco cuadras que había entre su casa y la escuela. Escuchó a su madre cantarle las nanas antes de dormir. Vio a sus amigos jugando fútbol y se vio a sí mismo alentando a su equipo. Olió la flor que le había regalado a Juliette aquella primavera de la época de la libertad. Degustó el dulce de frambuesas que su abuela le había enseñado a hacer. Tanteó en la sombra de su cuarto el libro que había escrito y que nunca se había animado a dejar conocer.
La tapa de la caja se cerró. Abrió los ojos. El andén estaba vacío. Buscó con la mirada a la mujer, pero no la encontró. Miró su reloj. Seis cincuenta y cinco. Había perdido el tren.




















Gloria-aniela photography