3 abr 2009

âme gelée.

Se había roto una sonrisa hacía años en esa misma calle. Aún se podían vislumbrar las lágrimas apisonadas en el pétreo asfalto, y oír los ecos perdidos de un sollozo lánguido.
Las nubes creaban un manto gris sobre la ciudad. Nadie sabía muy bien por qué hacía frío en una época como esta. Tal vez sus propios espíritus habían contagiado al caprichoso clima. Sí, probablemente eso sucedía. La brisa gélida recorría sinuosa los intrincados callejones y pasajes, besando los vidrios de las ventanas y escarchando los alientos. El sol, débil en su existencia, apenas si lograba asomarse para indicar que el día había comenzado. Y hacía tiempo que todos habían olvidado el suave calor de sus rayos al amanecer. Y sobre todo, hacía más tiempo todavía, que la gente había olvidado cómo era la ciudad sin ese manto blanco que lo cubría todo.
Blanca, fría, indiferente. Con escarcha y hielo en los rincones más olvidados. Casi se semejaba a los miles de corazones que en días como hoy recorren las veredas resbaladizas. Y estaba olvidada. Bastante olvidada. Incluso el tiempo había perdido todo interés en pasar por allí. Estaba congelada.









Melissa photography.

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